miércoles, 18 de junio de 2014

El Mono y la Vasija.


Dicen que los monos son animales difíciles de cazar, debido a que, además de ágiles en sus saltos casi acrobáticos, son muy listos.

Existe una historia antigua sobre cómo algunas tribus africanas usan de un peculiar método para cazar monos.

Eligen algunas vasijas de boca muy estrecha, atándolas a los troncos de los árboles frecuentados por los monos. Seguidamente introducen un plátano en la vasija y se marchan.

Los monos se acercan muy curiosos, mirando al interior de las vasijas. Al observar el plátano, meten la mano dentro de la vasija, agarrándolo. Como la boca de la vasija es muy estrecha, no hay otra forma de sacar la mano que soltando el plátano. Muchos lo hacen, pero otros tantos se niegan a hacerlo, y estos serán los capturados pelos nativos.

A veces, el hombre se comporta como el mono de la historia que no soltó el plátano. Está tan ensimismado con la ilusión de tener algo en las manos que no lo suelta, aunque esto signifique obtener su libertad…

Qué tipo de mono eres tú?


jueves, 5 de junio de 2014

El Sauce Llorón.


Cuenta una leyenda que en la cima de una enorme colina, se erguía un hermoso castillo.

Dentro de las fortificaciones del castillo, habitaban todas las clases de súbditos: los nobles, los comerciantes, los sirvientes, los artesanos y los pobres.

Un día, un niño plebeyo salió a las afueras de las fortificaciones del castillo para jugar y encontró, en una pradera cercana, un pequeño arbusto. Al ver lo solo e indefenso que se encontraba el arbusto, resolvió cuidarlo. Todos los días, con el pretexto de jugar afuera, cuidaba el arbusto regándolo y quitándole todas las hierbas malas de su alrededor.

Pasaron los años y el niño se convirtió en un joven alto y apuesto, así como el pequeño arbusto también se convirtió en un frondoso Sauce, con sus ramas largas y rectas apuntando hacia el sol y las hojas de un verde reluciente.

Lo que les unía, también había crecido – de la amistad al amor.

Cierto día hubo un incidente: le habían robado un cesto de frutas al comerciante y este fue a hablar con el sheriff que, inmediatamente mandó investigar. No tardaron en averiguar que el hecho lo había cometido el hijo de un conde. El sheriff sabía que no podía inculpar al hijo de un conde, entonces decide inculpar al pobre niño plebeyo como forma de dar ejemplo y mantener el orden. Lo llevan al rey y el niño plebeyo no es capaz de probar su inocencia, así que la sentencia es dictaminada:

—Veinte latigazos! Y solo podrás volver al castillo a la mañana siguiente de haber cumplido tu sentencia.

A la mañana siguiente salieron del castillo, el sheriff y el niño plebeyo, escoltado por dos guardias armados y un caballo que llevaba todos los enseres para cumplir la sentencia. Llegaron cerca del frondoso sauce cuando, sin que pudieran evitar, el caballo que llevaba los enseres se escapa en un vertiginoso galope. Tenían al niño, pero no podían hacer cumplir la sentencia sin aquellos enseres. Tampoco podían volver al castillo, pues el rey era muy estricto con el cumplir de sus sentencias. El sheriff entonces les ordena a los guardias que ataran al niño junto al sauce, usando de las ramas más blandas del árbol y al ver las otras más rígidas, las usarían como látigos. Y así se cumplió la sentencia.

El niño, atado y azotado por las mismas ramas del árbol que él mismo había cuidado.

Cumplida la sentencia, se marchan el sheriff y los dos guardias armados, dejando al niño atado al árbol.

A la mañana siguiente, retorna el sheriff para rescatar al niño de su cautividad, pero lo que encuentra era una escena totalmente distinta del día anterior. No había un frondoso sauce con sus ramas largas y rectas apuntando hacia el sol, ni las hojas eran de aquél verde reluciente. No estaba el niño atado a ese árbol.

Lo que se veía eran las ramas del árbol totalmente curvadas hacia el suelo, como se hace en señal de rendición o sumisión. Y, quizás, por el rocío de la noche, esas ramas parecían derramar lágrimas que caían en un pequeño arroyo que también, misteriosamente, había aparecido. Y la imagen del hijo del conde también apareció en su mente, junto a la imagen del niño injustamente inculpado y sentenciado. La imagen del niño parecía fundirse con el tronco del árbol, y el sheriff derramó, también, las mismas lágrimas que parecían derramar el sauce.

Desde entonces se cree que esta puede ser la leyenda del Sauce llorón, aunque lo que es verdaderamente cierto es que muchas veces, el propio hombre usa del amor para causar las heridas más profundas. El sauce amaba al niño, y a través de sus ramas, las habían usado para herirlo. Se pueden derramar lágrimas, como hicieron el sauce llorón o el sheriff, pero eso nunca puede desagraviar cualquier injusticia cometida.


© jose luis iglesias ros

miércoles, 21 de mayo de 2014

Si decides Escuchar...


Mucho se dice que saber escuchar es una virtud. Una virtud es una cualidad, o la disposición de obrar para el bien, ofreciendo lo mejor de uno mismo en beneficio de los demás.

El plan de Dios se establece sobre la virtud, y Él mismo es la Virtud.

Cuando alguien te busca para confiar un problema, lo que está verdaderamente haciendo es abrir un canal de comunicación o de comunión contigo. Este canal se forma desde la vía del interior y no a partir del intelecto. Por lo tanto, si intentas entender ese lenguaje a través de tu intelecto, podrás oír lo que te dicen, pero no estarás escuchando nada, porque son vías diferentes. Al mismo tiempo, tu intelecto estará influenciando tu conversación, añadiendo puntos de vista propios de este, con la intención de “entender” lo que la otra persona te está confiando.

Para saber escuchar debes coger la vía de tu interior, y recibir con amor ese canal que está siendo abierto para la comunión, y este es un regalo precioso.

Cuántas relaciones no terminan con esa reflexión: no has sabido escucharme!

Y las relaciones basadas en el intelecto sobreviven, hasta cierto modo, porque son, ambas, dirigidas por la mente, pero nunca podrán acceder a un estado evolutivo más allá de la propia mente.

Cuando decidas escuchar, hasta tu silencio podrá entenderse…


A todos nos gusta que nos presten atención, que nos escuchen, y esto solo es posible si hablamos el mismo lenguaje, el mismo canal de comunicación –comunión.
Cada cual es responsable por abrir su canal interior de comunicación y la energía fluye, y las palabras fluyen, hasta el silencio entre palabras fluye…

Que así sea! © jose luis iglesias ros

martes, 20 de mayo de 2014

El Árbol de Manzanas.


Había un hombre que soñaba con la manzana más dulce que pudiera existir, y que al morderla, el jugo le saliera por los labios dejando un rastro de felicidad en los ojos.

Sin pereza, el hombre se puso a plantar un manzano, mimándolo, regándolo o y cuidándolo con todo cuidado.

El manzano, mientras crecía, así lo sentía, y quería demonstrar al hombre lo agradecido que estaba de su cuidado y mimo. Le preparó una manzana única, que quiso protegerla de los pájaros, ocultándola detrás de muchas hojas.

Un día, el hombre observó que había muchas manzanas en el árbol, pero una y solo una, le llamó especial atención.

Se subió al frondoso árbol con mucha dificultad, pero cuando llegó a su destino, observó que la manzana que él tanto había ansiado provenía de una rama del manzano que su vecino había plantado y que se entrecruzó con el suyo.

Aunque decepcionado, escuchando su voz interior, bajó del árbol dejando allí el objeto de su deseo.

Sin embargo, eso no pasó desapercibido por el árbol, que se enorgulleció de la acción del hombre, pues así es la naturaleza.

Pasaron los días y el hombre siguió tentado a coger esa ansiada manzana, pero al final se resistió.

Un día le llamó su vecino y le trajo una preciosa manzana. El hombre, que conocía cada matiz de su ansiada manzana, llega a dudar si era ella o no. Sale corriendo y comprueba que no, y que seguía atada a la rama del otro árbol.

—He visto como admirabas a mi manzana, como subías al árbol, y como, decepcionado, bajabas de él sin cogerla, y eso es admirable —pronunció el vecino y continuó—: He visto, también, como crecía esta manzana que te traigo, que es tuya, que procede de tu árbol, pero que estaba oculta en medio de muchas hojas y por eso no la habías visto.

El hombre tomó la manzana y la mordió, como había soñado y deseado. Le corrió el jugo por los labios, como había soñado y deseado. Pero algo estaba pasando con su sueño. Había soñado y deseado que la felicidad se viera reflejada en sus ojos y no. Curiosamente veía felicidad en los ojos de su vecino.

Entonces comprendió que la verdadera felicidad la percibirás en los ojos del vecino, cuando eres capaz de entender y respetar su sueño…

jueves, 15 de mayo de 2014

La Máxima de Dios.


Cuenta una leyenda que, el mundo, al principio, era solamente en blanco y negro, y por lo tanto, lo que hoy conocemos como colores, no existían.

El blanco se sentía feliz, aunque era una felicidad fría y el negro era todo lo contrario, oscurecía todo a su alrededor. Además sentían que había una gran distancia entre ellos.

Dios, entonces, al observar que no estaban cumpliendo su máxima, resuelve llamarlos:

—Blanco y Negro, sois mis amados hijos y sois UNO conmigo, entonces debéis cumplir con mi mayor propósito en el mundo: la Unión. Le concederé más luz al blanco para que pueda brillar en ese propósito, si así decide hacerlo.

Respetuosamente, dejando de lado sus diferencias, cumplieron Su deseo y así nació el Gris.

El Gris llevaba los genes del blanco y del negro, así como también contaba con la ayuda de la luz divina. Fue creciendo y su presencia empezó a notarse en todo el mundo. Empezó a poblar, incluso, los cielos, llenándolos de nubes grisáceas.

Un día, ya mayor, el gris preguntó a sus padres el por qué de no haber tenido más hermanos, ya que ellos mismos le habían explicado la máxima de Dios: la Unión. Le resultaba contradictorio, porque él no tenía con quien unirse. Esa era la gran tristeza del gris. El blanco le explicó al gris que Dios le había dado dos posibilidades: reinar solo, en este mundo -lo que sería una actitud muy egoísta, o, unirse al negro, pero jamás volver a usar la luz divina para el mismo fin. El gris comprendió, entonces, cuál había sido la elección.

Muchas nubes pasaron y la tristeza del gris crecía con cada nube. Él no conseguía expresar su tristeza, debido a que, al final, era un simple gris, y los grises son así. Pero no hay tristeza que no derive en lagrimas, y estas llegaron, y estas le tomaron por entero, llenando todas sus nubes, y cayeron sobre el blanco con tal sentimiento que conmovió hasta al mismísimo Dios.

Dios, con la misma rapidez que percibe una conmoción, envía una bendición. No podía permitir a un hijo suyo permanecer en tristeza eterna, y le envió a este, la luz divina, pero con tal intensidad que llegó a ofuscar hasta el blanco más blanco.

Ninguna máxima de Dios puede ser desatendida. Y hubo lágrimas, y hubo luz divina, y hubo Unión! Y la unión, obedecida esta máxima, se vino a conocer como Arco-Iris. El mundo había ganado su colorido, debido al respeto a Su máxima, y los campos se volvieron verdes, y las flores multicolores, y la nieve blanca, y la noche oscura y el gris, este sí, ahora era feliz!

Desde entonces, cuando vemos que se forma un Arco-Iris en el horizonte, se cree que simplemente se está cumpliendo la máxima de Dios, con ayuda de la luz divina en Su bendita presencia.



La unión es respeto, es amor, es comprender el dolor ajeno como propio y así buscar para el otro, lo que estarías buscando para ti. Uno es con Dios, y Uno es también una divinidad –luz divina.

Que así sea! © jose luis iglesias ros

martes, 13 de mayo de 2014

Las Palabras del Sabio.


Cuenta una leyenda que había un reino que gozaba de alegría plena.

Esa alegría se podía sentir en cada flor, en cada mariposa que volaba y en las facciones de los súbditos, del rey, de la reina, y de toda la corte.

Pero un día, sin que pudieran imaginar que este llegaría, una nube gris apareció en el cielo de aquél reino. En semblante del rey acusó el gris de esa nube y como un efecto cascada, a todos del reino, inclusive las flores y las mariposas fueron degradando su colorido.

De manera urgente, llamaron a un sabio del reino vecino, ya que, incluso el mismo sabio del reino se había vuelto gris.

Al llegar al encuentro del rey, el sabio se interesa por su estado.

El rey, sin encontrar palabras, solo consigue expresar su color grisáceo.

Inmediatamente, desde su atuendo morado, el sabio saca un aparato parecido a un termómetro, y que el rey no identifica como nada conocido. El sabio, al observar ese interrogante en el rey, decide aclarar:

—No os preocupéis, majestad! Es mi “detector de alegría” y es totalmente inocuo. Con él puedo conocer sus niveles de paz y alegría interiores.

El sabio, acercando el detector al corazón del rey, comprueba que sus niveles de paz-alegría estaban a nivel crítico. Se acerca, entonces, al oído del rey y pronuncia algunas palabras que hacen con que, inmediatamente, el rey recobre su alegría. El mismo efecto cascada se produce y todos del reino, flores, mariposas, reina, súbditos, y hasta el sabio del reino, vuelven a recobrar la alegría.

El sabio del reino quiso saber qué le había dicho al rey para “curarlo”, y este se lo repite al oído:

«Yo te amo, y eres la persona más importante de todos los reinos. Sin ti no hay color, ni gloria, ni gracia. Mi alegría no depende de la tuya, pero si decides que ella es importante para ti, tanto cuanto lo es para mí, ella mismo se hará manifestar en ti mismo.»

Desde entonces se cree que, cuando una persona está alegre, simplemente es que el sabio interior le está diciendo estas mismas palabras al oído.



Todos, tenemos en nuestro interior, “el detector de alegría” y un sabio. Si dejas que el sabio compruebe tus niveles de alegría, él mismo sabrá si necesitas oír sus palabras.

Que así sea! © jose luis iglesias ros

lunes, 12 de mayo de 2014

La Planta de la Suerte.


Cuenta una leyenda que, hace mucho tiempo, había un reino de lo más común.

El rey, la reina, incluso la princesa, eran de lo más común. Las plantas, flores, los súbditos, los animales, todo, era de lo más común.

Un día, el Rey propuso un reto, y por ser de lo más común, usando de las palabras más comunes, casi nadie prestó mucha atención, excepto un joven, cuya apariencia también era de lo más común.

El reto consistía en que el primer súbdito que trajera algo muy original, fuera de lo común, podría proponer casamiento a la princesa.

El joven, que ya se había enamorado de la princesa, como es común, fue en la búsqueda de un sabio, muy común en aquél reino.

El sabio, entonces, le dio unas semillas de una planta de lo más común. No era una rosa negra, ni una orquídea fantasma. Al entregar las semillas al joven, le dijo:

—Estas semillas son de lo más común. Sin embargo, debes plantarlas de una forma muy especial, tratándolas con cariño, y creyendo que tu sueño de amor se realizará. Hágalo solamente en la noche anterior a su entrega al rey.

Por ser una planta común, el joven podría desanimarse, como es común, sin embargo siguió el consejo del sabio. En la noche anterior del día pactado, plantó la semilla común, pero su corazón estaba lleno de esperanza, fe y amor.

Algunos se habían presentado frente al rey con sus plantas, flores, incluso árboles, pero todas ellas eran de lo más común.

Al presentarse el joven, éste destapó cuidadosamente la simple planta, frente al rey y a la princesa.

El rey exclamó entonces:

—Si es un simple trébol!

Aquella exclamación llamó la atención de la princesa que observó cuidadosamente la simple planta.

—No, papá —interrumpió la princesa—, no es un simple trébol, este es especial, míralo!

En efecto, el rey observó que no era un simple trébol de tres hojas, sino que había cuatro hojas en cada tallo de la simple planta.

Fue un acontecimiento extraordinario, en aquél reino de lo más común y el joven y la princesa, enamorados, se casaron y como es común, fueron felices para siempre…

Desde entonces, se cree que la suerte es simplemente una planta que cultivamos en el corazón que vive con esperanza, fe y amor.

Dentro de cada uno existe algo muy especial y único. Si dejamos que florezca, seremos reyes de todos los reinos. Que así sea! © jose luis iglesias ros