Cuenta una leyenda que, el mundo, al principio, era solamente en blanco y negro, y por lo tanto, lo que hoy conocemos como colores, no existían.
El blanco se sentía feliz, aunque era una felicidad fría y el negro era todo lo contrario, oscurecía todo a su alrededor. Además sentían que había una gran distancia entre ellos.
Dios, entonces, al observar que no estaban cumpliendo su máxima, resuelve llamarlos:
—Blanco y Negro, sois mis amados hijos y sois UNO conmigo, entonces debéis cumplir con mi mayor propósito en el mundo: la Unión. Le concederé más luz al blanco para que pueda brillar en ese propósito, si así decide hacerlo.
Respetuosamente, dejando de lado sus diferencias, cumplieron Su deseo y así nació el Gris.
El Gris llevaba los genes del blanco y del negro, así como también contaba con la ayuda de la luz divina. Fue creciendo y su presencia empezó a notarse en todo el mundo. Empezó a poblar, incluso, los cielos, llenándolos de nubes grisáceas.
Un día, ya mayor, el gris preguntó a sus padres el por qué de no haber tenido más hermanos, ya que ellos mismos le habían explicado la máxima de Dios: la Unión. Le resultaba contradictorio, porque él no tenía con quien unirse. Esa era la gran tristeza del gris. El blanco le explicó al gris que Dios le había dado dos posibilidades: reinar solo, en este mundo -lo que sería una actitud muy egoísta, o, unirse al negro, pero jamás volver a usar la luz divina para el mismo fin. El gris comprendió, entonces, cuál había sido la elección.
Muchas nubes pasaron y la tristeza del gris crecía con cada nube. Él no conseguía expresar su tristeza, debido a que, al final, era un simple gris, y los grises son así. Pero no hay tristeza que no derive en lagrimas, y estas llegaron, y estas le tomaron por entero, llenando todas sus nubes, y cayeron sobre el blanco con tal sentimiento que conmovió hasta al mismísimo Dios.
Dios, con la misma rapidez que percibe una conmoción, envía una bendición. No podía permitir a un hijo suyo permanecer en tristeza eterna, y le envió a este, la luz divina, pero con tal intensidad que llegó a ofuscar hasta el blanco más blanco.
Ninguna máxima de Dios puede ser desatendida. Y hubo lágrimas, y hubo luz divina, y hubo Unión! Y la unión, obedecida esta máxima, se vino a conocer como Arco-Iris. El mundo había ganado su colorido, debido al respeto a Su máxima, y los campos se volvieron verdes, y las flores multicolores, y la nieve blanca, y la noche oscura y el gris, este sí, ahora era feliz!
Desde entonces, cuando vemos que se forma un Arco-Iris en el horizonte, se cree que simplemente se está cumpliendo la máxima de Dios, con ayuda de la luz divina en Su bendita presencia.
La unión es respeto, es amor, es comprender el dolor ajeno como propio y así buscar para el otro, lo que estarías buscando para ti. Uno es con Dios, y Uno es también una divinidad –luz divina.
Que así sea! © jose luis iglesias ros
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