miércoles, 30 de abril de 2014

El Maestro y el Tiempo.


—Querido maestro, por cuánto tiempo debo estudiar las Sagradas Escrituras?

—Por algún tiempo más —contestó el maestro.

—Y por cuánto tiempo debo practicar las enseñanzas? —insistió el discípulo.

—También por un tiempo más —reiteró el maestro al mismo tiempo.

—Y por cuánto tiempo debo seguir meditando, querido maestro?

—La meditación es simplemente complementar al estudio de las escrituras y la práctica, así que también debe ser por un tiempo más —explicó el maestro.

Inconforme con las respuestas, el discípulo decide pedir una mejor aclaración:

—Pero maestro, yo necesito saber cuántos años todo esto me llevará, hasta que pueda alcanzar la iluminación.

—Querido discípulo, cuánto tiempo lleva un árbol desde que nace la semilla hasta que pueda dar buenos frutos?

—No lo sé, querido maestro —respondió desconsolado el discípulo.

—Exacto, amado discípulo, tú no lo sabes, yo no lo sé, pero el árbol sí lo sabe, sin embargo él no se pregunta cuánto tiempo le falta para ello. Solo procura cumplir con lo que está predestinado.

«Al cuestionarme cuánto tiempo te falta, te conviertes de discípulo en un avaro que quiere acumular y negociar con las monedas del tiempo. Aceptas la esclavitud de ese tiempo y te olvidas de tu verdadera naturaleza –la Eternidad. Esa es la idea que debes mantener fija en todos tus actos, pues es la única idea liberadora. Vive cada momento como quien recoge el fruto de un árbol, sin importarse de cuánto tiempo le llevó para alcanzar el fruto su madurez.



Cuando usamos la medida del tiempo basado en el pasado o futuro, ello nos esclaviza. Para mantener la libertad solo hay un momento: el presente. La iluminación solo es posible en ese momento y cuando decidimos vivirlo desde el interior.
Que así sea! © jose luis iglesias ros

martes, 29 de abril de 2014

Tu Olor.


Si mis ojos llegan a encontrarse con los tuyos, saltan las chispas del deseo, y te abrazo. Con este abrazo desato el contacto de mi piel, que pide rozar con besos los contornos de tu cuello, y lo hago porque la magia que me sobrecoge sucumbe a esa mirada.

Si quiero evitar todo este encanto, desvío la mirada, aunque siendo consciente de hacerlo, es el inconsciente que me guía en ese mismo camino que, también, acabo por sucumbir.

Si consigo resistir ante esa mirada y ante la imaginación, me encontraré con algo más sutil, pero no más débil: tu olor.

Tu olor es el que transciende a espacio, tiempo, momento, lugar o cosa. Me siento impregnar por esa fragancia y todas las moléculas de lo que eres se instalan en mi cuerpo, sin fundirse o combinarse, pero que me llevan, inevitablemente, a tenerte en lo más profundo de mi mente, en aquello que supera a su más erudita explicación científica.

Dejar de oler sería dejar de respirar y dejar de vivir. No puedo hacerlo. Porque también es ese mismo olor el que me persigue, en todo espacio que has ocupado, en todo tiempo que has vivido, en todo momento que has permanecido, en todo lugar que has estado y en toda cosa que has tocado.

Y cuando la noche llega, aunque mis ojos no puedan verte, aunque mi piel no pueda tocarte, aunque ni la imaginación pueda accederte, es el olor de tu piel en mis sabanas lo que me acuna en ese sueño y cada respiro me envuelve con tu magia, porque eres como una flor: la belleza de ésta vive en la fragancia que despierta…

martes, 8 de abril de 2014

El Maestro y el Chiste.


—Queridos discípulos, hoy les traigo un chiste —dijo el maestro.

Los discípulos estaban, entonces, encantados y dispuestos a escuchar al maestro:

“Una señora le pregunta a un niño:

—Niño, cómo te llamas? A lo que éste le contesta:

—Uy, señora, lo siento, ya no lo sé cómo me llamo.

Extrañada por la respuesta, decide averiguar:

—Por qué me dices eso? Cómo no vas a saber tu nombre?

—Verás, señora, en mi casa mi padre me dice Francisco, mi madre Paquito, mis hermanos me dicen Paco y mis tíos me dicen Kiko. Además, cuando estornudo, me dicen: Jesús! Así que yo mismo ya ni sé cómo me llamo.”

Luego del chiste, el maestro concluye:

—Aceptamos tan fácilmente que nos digan quiénes somos y que nos etiqueten según lo que les guste, que perdemos nuestra propia identidad. Tú mismo acaba cayendo en ese círculo y te etiquetas a ti mismo:

«Cuando empiezas a estudiar: yo soy un estudiante;

«Cuando te gradúas en la Universidad: yo soy un medico o un abogado;

«Cuando te vistes con bonitas ropas: yo soy bello;

«Cuando empiezas a ganar dinero: yo soy rico o yo soy famoso;

«Cuando una chica se interesa por ti: Oh! Lo siento, yo soy casado;

«Pero qué pasa cuando dejas de ser todas estas cosas? Estabas tan cierto de que eran reales, y si eran reales, si las pierdes, pierdes tu identidad? No! Tu verdadera identidad no la pierdes nunca, aunque sí, has olvidado de que la tenías.

«Tú aceptas que te digan, y tú mismo te dices que eres un montón de cosas, pero el final de todo eso no es otra cosa que sufrimiento. Si aceptas con amor que eres más que un montón de cosas, que eres un poder mayor y que nunca cambia, entonces el final de todo eso será paz.


A quién no le gusta un chiste? Ahora bien, si llegas a identificarte con el propio chiste, puede que no te haga tanta gracia. La identificación errónea hace con que se pierda la “gracia” de las cosas. Si quieres identificarte y etiquetarte, que sea con lo que te representa en realidad: una divinidad! 
Que así sea! © jose luis iglesias ros

sábado, 5 de abril de 2014

El baile de las notas musicales. ♪ ♫ ☼ ♪



Cuenta una leyenda que las notas musicales, al principio, eran solo vibraciones y estaban por ahí, vibrando, pero sin ningún lugar a dónde ir.


Empezaron, entonces, a chocar entre sí mismas, desentonando la melodía rítmica del universo, y como resultado, la armonía se estaba perdiendo.

Dios decidió ponerlas en orden, y surgió la escala de notas, aún y así ellas no estaban conformes, porque no podían ir en contra de su naturaleza, que era vibrar en cualquier cosa, persona, lugar, tiempo o momento. 

Ocurre que, un día, mientras estaban vibrando las notas, sin ton ni son, apareció una linda mujer vestida de lágrimas. Las notas se quedaron encandiladas por su belleza, pero la tristeza que revestía chocaba con su imagen, así como las notas mismas lo hacían entre sí —chocarse. No les preocupaba a las notas su choque, pero sí estaban inconformes con la tristeza que presentaba esa linda mujer. 

Deciden, las notas, reunirse para discutir la solución, ya que la linda mujer no podía verlas vibrando debido al velo de lágrimas que vestía. Inesperadamente, en medio de la reunión, una nota inconforme agarra a su compañera y le da un giro suave, sosteniendo su mano. Las otras notas observan, con agrado, lo ocurrido y la imitan. En toda esa vibración, se fueron cambiando de notas entre sí, y sin saberlo, estaban bailando. Habían encontrado la forma de no chocarse entre ellas y siguiendo la escala que Dios había determinado. La cuestión ahora era: «Qué pasará con esa linda mujer triste?» 

Pero las notas son las notas, pueden vibrar en cualquier parte y piensan: “Vamos a lo más íntimo de esa linda mujer”, y entran en su corazón. Se unen, vibran y bailan. La mujer sonríe, y la tristeza se aparta.


Desde entonces, se cree que cuando alguien sonríe, solo es el reflejo de la vibración y baile de las notas en su corazón, bendecido por la escala de Dios, que mantiene la armonía del universo y donde la tristeza no tiene lugar.

viernes, 4 de abril de 2014

El Maestro y la Hidra de Lerna.



—Queridos discípulos, hoy les traigo la mitología de la Hidra de Lerna:

«En la mitología griega, la Hidra de Lerna era un monstruo con forma de serpiente, cuerpo de perro y con muchas cabezas. Su particularidad residía en que, si alguna cabeza le fuera amputada o cortada, hacía nacer dos cabezas en el lugar de aquella. La Hidra de Lerna era la guardiana de la entrada al inframundo. Se decía que era hermana del León de Nemea y que por ello buscaba venganza por la muerte de éste a manos de Heracles —Hércules para los romanos.

«Heracles, héroe griego, dictaminado por el Oráculo de Delfos, fue encargado de matar a la Hidra de Lerna en penitencia por sus pecados.

«En la ciénaga cercana al lago Lerna, Heracles hace salir de su madriguera a la Hidra, usando flechas de fuego. Empuñando su espada, cortó una de las cabezas, pero luego a la Hidra le salieron dos más, en el lugar de la que había cortado. Heracles se acordó entonces de que, alguna vez, herido en batalla, usara del fuego —objeto sagrado, para cauterizar la herida y ésta dejara de sangrar. Heracles entonces pidió a su sobrino Yolao que le ayudara. Le pidió que quemara el cuello de la Hidra una vez le cortara la cabeza y así lo hizo, estando Heracles en lo cierto: no volvió a nacer la cabeza a la Hidra, pudiendo, entonces, cortar cada una, hasta matarla.

«Ahora bien, nuestros pensamientos pueden ser como la Hidra de Lerna, y cada pensamiento es la cabeza del Ego, o el yo inferior. Hemos cortado la cabeza del yo inferior y han nacido dos cabezas más, y todavía más fuertes y más letales que son: mí, míos. En lugar de ser “yo”, ahora tenemos “mí, míos”. Nuestra espada es la Voluntad, guiada por nuestra mano que es la Fe. Para cauterizar los “mí, míos”, usamos del fuego sagrado —el sufrimiento y de la comprensión de que todo debe ser “Tú, Tuyos”. Heracles está dentro de cada uno, luchando, pues solo un héroe puede hacerlo —solo un Dios. Heracles tenía a su lado a Yolao. Tu Heracles también te tiene a ti y por casualidad se le puede llamar de “Yo”! Solo el “Yo” tiene ese poder, porque todo lo demás o es ilusión o es pura mitología…

Creo que a todos nos gustan las leyendas o los mitos. Ellos nos hacen reflexionar, o quizás recordar nuestras batallas, en ésta o en otras vidas. El ganar o perder no debe importarnos, sino solo el hecho de participar, y quien sabe, hacer parte de esa leyenda o mito.
Que así sea!   ©   jose luis iglesias ros

jueves, 3 de abril de 2014

El Maestro y el Miedo.


—Querido maestro —dijo un discípulo—: me gustaría hacerle una pregunta.

—Sí, hágala! —afirmó el maestro.

—Humm… —quedó pensativo el discípulo durante minutos pero al final, se eludió de hacerla.

—Vamos! Hágala! —insistió el maestro con dulzura, y añadió:

—Si no quieres hacérmela a mí, directamente, hazla a tu compañero de al lado y este me la hará a mí. 

Entonces el discípulo hizo la pregunta a su compañero de al lado y este la transmitió al maestro. Terminada la contestación el maestro vuelve al primer discípulo:

—Sé lo que estabas pensando antes de hacer la pregunta: “Oh! El es un maestro, cómo puedo yo hacerle una pregunta?”

«El miedo hace con que no hables, no actúes, te hace pensar que eres muy pequeño, pero el miedo solo se manifiesta donde tú lo diriges. La misma pregunta que querías hacerme y no pudiste, la hiciste sin temor a su compañero de al lado. Entonces qué paso? Cambiaste la pregunta? Cambió el que contesta? No! Solo cambió que tuviste que hacer un camino más largo para comprender. En realidad no te has enfrentado al miedo, pero no nos equivoquemos, el miedo no existe, entonces por qué habrá que enfrentarlo? No hay nada que enfrentar, si no te dispones, primero y antes que todo, a crear. No hay misterio y ningún maestro tiene que venir a decirte esto.

«Mucha gente va a la iglesia, se pone de rodillas frente a una pequeña puerta de madera y les cuenta todos sus pecados, sin temor, al que está allí. Por qué? No les da miedo, pero, si tiene que confesar sus pecados directamente a Dios…Oh! No!

«Todas las preguntas nacen de haberte olvidado quien realmente eres.

«Recordad: usa del coraje para hacer una pregunta, pero de la humildad para aceptar que se te olvida de preguntar: quién soy Yo?

A quién no le gusta la idea de crear? Lo interesante es que, para crear, primero hay que creer. Todo funciona con esta premisa. Si no quieres crear el miedo, por qué crees en él?

Que así sea! © jose luis iglesias ros

miércoles, 2 de abril de 2014

El Maestro y el Mendigo.

Cuenta una leyenda que, en un reino muy distante y muy rico, había un rey que tenía la costumbre de mendigar por las calles.
Pero como todos los súbditos le reconocían al momento, pensaban que sería una afronta al rey si ellos ofrecieran una limosna al propio rey, así que el rey volvía, todos los días a su palacio, sin un céntimo en el bolsillo.
Pasaron años y la salud del rey empezó a mermarse. El sabio de la corte, al observar su estado, le comenta:
Amado rey, puedo imaginar lo importante que es para ti el mendigar, pero veo que tu salud también se está afectando. Si al menos consiguiera una moneda sé que eso podría cambiar, entonces le propongo que vayamos, los dos, a mendigar a otro reino.
El rey estaba tan obsesionado con su conducta que aprobó, de inmediato, la propuesta del sabio y los dos se marcharon a otro reino a mendigar.
—Una limosna, por favor! Una limosna para este pobre mendigo, por favor! decían el rey y el sabio al unísono, pero nadie siquiera se les acercaba.
Al ver los dos mendigos, un hombre se aproxima y les dice:
Veo que sois buenas personas, pero en este reino no obtendrán ninguna limosna, porque somos muy pobres. Yo les aconsejaría que fueran al reino vecino, porque es bien sabido que tienen mucha riqueza que ofrecer.
Al oír estas palabras, el rey, de inmediato, reconoció que ese hombre estaba hablando de su propio reino. Al mirar el rey al sabio, constató, en su enorme sonrisa, que este tenía conocimiento de lo que podría pasar y que todo no era más que parte de un plan que lo haría despertar de su obsesión.

Amado rey dijo el sabio—: Tú te habías olvidado de ti mismo, viviendo en una ilusión, así que era necesario otra ilusión para que vieras tu propia realidad. Pero ahora, que ya sabes quien realmente eres, abandonemos las ilusiones y vivamos nuestra realidad…

A veces la vida nos enseña cosas que no son necesarias, para hacernos volver a la realidad. Eso debido a la ignorancia y es necesario verter más ignorancia para, al final, echarlas todo como lo que realmente son: ilusión. La ilusión solo se destruye con ilusión para comprender una única realidad: Yo soy Él!
Que así sea!   © jose luis iglesias ros

martes, 1 de abril de 2014

El Maestro y la Alegría.

—Querido maestro, tú crees que estamos haciendo los esfuerzos necesarios para comprender qué somos en realidad?

—Sin duda, amados discípulos, siento que ese esfuerzo logrará el buen resultado hacia todos.

—Entonces —complementó el discípulo—: sientes alegría y orgullo de ello?

—Por qué habría de sentir una cosa u otra? —preguntó el maestro.

—Quizás porque eso pudiera animarnos más si lo supiéramos? —dijo un discípulo con el apoyo expresivo de los demás.

—De acuerdo! Entonces, con ese razonamiento, si sintiera tristeza y decepción os desanimaríais, es eso cierto?

Los discípulos, que no esperaban tal desarrollo de la cuestión, permanecieron callados, mientras el maestro prosiguió:

«La alegría o tristeza que pueda sentir, será interior, y por cada uno, y no por creer haber sido, uno mismo,  el medio de ella propia. El logro y la verdadera alegría se sienten en uno mismo, al comprobar que, a pesar de todas las dificultades, los esfuerzos que has empleado han logrado una especie de satisfacción personal. La expresión mal interpretada de esa alegría puede generar orgullo, y eso es Ego.

«No puedo sentir orgullo, porque requiere valoración personal de un logro proprio o ajeno, exaltando cualquier clase de merito y creando la idea de superioridad. En la misma línea, la decepción te aleja también de la realidad, porque es valoración —Ego de la misma forma.


—Recordad: Si quieres buscar el verdadero reflejo de lo que sientes, solo debes mirar a tu interior, el que siempre es fiel a ti mismo. 

Al único espejo que debes de mirar para buscar el verdadero reflejo,  es al tuyo propio que está en tu interior. No necesitas aprobación o reproche del exterior pues no eres un reflejo de eso, eres la verdadera imagen.
Que así sea!   © jose luis iglesias ros