Cuenta una leyenda que las notas musicales, al principio, eran solo vibraciones y estaban por ahí, vibrando, pero sin ningún lugar a dónde ir.
Empezaron, entonces, a chocar entre sí mismas, desentonando la melodía rítmica del universo, y como resultado, la armonía se estaba perdiendo.
Dios decidió ponerlas en orden, y surgió la escala de notas, aún y así ellas no estaban conformes, porque no podían ir en contra de su naturaleza, que era vibrar en cualquier cosa, persona, lugar, tiempo o momento.
Ocurre que, un día, mientras estaban vibrando las notas, sin ton ni son, apareció una linda mujer vestida de lágrimas. Las notas se quedaron encandiladas por su belleza, pero la tristeza que revestía chocaba con su imagen, así como las notas mismas lo hacían entre sí —chocarse. No les preocupaba a las notas su choque, pero sí estaban inconformes con la tristeza que presentaba esa linda mujer.
Deciden, las notas, reunirse para discutir la solución, ya que la linda mujer no podía verlas vibrando debido al velo de lágrimas que vestía. Inesperadamente, en medio de la reunión, una nota inconforme agarra a su compañera y le da un giro suave, sosteniendo su mano. Las otras notas observan, con agrado, lo ocurrido y la imitan. En toda esa vibración, se fueron cambiando de notas entre sí, y sin saberlo, estaban bailando. Habían encontrado la forma de no chocarse entre ellas y siguiendo la escala que Dios había determinado. La cuestión ahora era: «Qué pasará con esa linda mujer triste?»
Pero las notas son las notas, pueden vibrar en cualquier parte y piensan: “Vamos a lo más íntimo de esa linda mujer”, y entran en su corazón. Se unen, vibran y bailan. La mujer sonríe, y la tristeza se aparta.
Desde entonces, se cree que cuando alguien sonríe, solo es el reflejo de la vibración y baile de las notas en su corazón, bendecido por la escala de Dios, que mantiene la armonía del universo y donde la tristeza no tiene lugar.
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