La cantidad y diversidad era impresionante, y Dios resolvió llamarlos a todos para clasificarlos y así poner un poco de orden en ese reino.
Todos se pusieron en marcha para acudir al llamado de Dios, de todas partes del mundo, usando los medios con que contaban. Debido a la cantidad, llegó un momento que empezaron a amontonarse y golpearse unos a otros, retrasándose. Con la llegada de la noche, muchos de ellos ya se habían perdido, incluso algunos insectos estaban perdiendo su sentido de orientación.
Dios, usando de su benevolencia, reconoció el infortunio que estaban teniendo por acudir a su llamado y resolvió ayudarlos. Entonces escogió a un insecto y lo dotó de una fuente de luz. Ese insecto pasó a llamarse Luciérnaga, y su tarea era guiar, a través de su luz y durante la noche, a todos los insectos.
El llamado de Dios se había cumplido y así el orden en el reino de los insectos fue establecido.
Desde entonces, cuando observas que eres atraído por algo hermoso, como si de una luz se tratara, o ves algún insecto que busca, de forma desesperada, una fuente de luz, se cree que simplemente se está atendiendo a un llamado de Dios.
Todo puede ser un llamado de Dios, solo debes prestar
especial atención a lo que tus ojos pueden observar en esa luz imaginaria a la
que muchas veces nos sentimos atraídos.
© jose luis iglesias
ros
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