—Amados discípulos —dijo el maestro—: hoy
vamos a experimentar este juego.
«Empecemos
entonces! —determinó
el maestro.
—Vamos! —dijo el discípulo, con
determinación, a todos sus compañeros del grupo.
Estos tiraron
y tiraron, pero no ocurrió nada.
—Vamos! —dijeron otros—, con igual
determinación, pero nada ocurrió tampoco.
Pacientemente,
el primer grupo mantuvo en tensión su determinación, siendo aprobada esa conducta
por el maestro que, impasible, miraba la escena.
El otro
grupo, sin embargo, exprimía todas sus fuerzas sin obtener resultado algún.
Pero el resultado siempre existe, lo esperes o no lo esperes, lo quieras o no lo
quieras, él se presentará —siempre,
inesperada e inexorablemente. Las fuerzas de este grupo empezaban a mermarse…
Estaban los
dos grupos, experimentando el juego de la soga, conocido también como tira—afloja, cuando el segundo
grupo, rendido y extenuado en sus fuerzas, sucumbe a la derrota.
—Qué habéis
aprendido hoy? —preguntó
el maestro.
—Tenemos que ser
determinados? —preguntó
un discípulo.
—Sí, pero no
solo eso, porque el otro grupo mantuvo la determinación. Qué más? —preguntó el maestro.
—Paciencia, tal vez? —respondió dudosamente
otro.
—También,
pero no es suficiente —respondió
el maestro. Qué más?
El maestro,
al percibir que no lograría una respuesta satisfactoria y amplia que sirviera
de enseñanza, dijo:
--Bueno,
cambiemos de enfoque —dijo
el maestro. Que se necesita para el juego?
—Eso es fácil —contestó un discípulo—: un
espacio para jugar, personas divididas en dos grupos y una cuerda larga.
—Qué más? —insistió el maestro.
—Querido
maestro —arriesgó
otro—: un pañuelo?
—Exactamente! —declaró
efusivamente el maestro.
—Qué es el pañuelo? —preguntó.
—El pañuelo es el que decide quién ha ganado o ha perdido? Será eso?—arriesgó un discípulo.
—No! —contestó el maestro.
«El pañuelo es solo el testigo de ese enfrentamiento. El pañuelo no se
decanta ni por un lado ni por el otro. A él le es indiferente si un grupo gana
o pierde. Él solo está ahí, jugando, participando del juego, pero no es responsable
de quien gane o pierda, porque él sabe que ese es su papel —para lo que está
destinado.
«A veces, aplicamos nuestra fe y nuestra paciencia, luchando contra el
orgullo o el Ego. Actuamos con determinación, tensando esa cuerda y la
mantenemos así con la esperanza de que el orgullo o el Ego se cansen. Ese no es
el verdadero camino, porque siempre esperamos que el desenlace ocurra a nuestro
favor y le damos más fuerza al Ego.
«Si actuamos como si fuéramos el pañuelo, simples testigos u observadores,
cualquier resultado será bienvenido, pues estamos jugando nuestro simple papel.
No nos corresponde ni nos atañe o somos responsabilizados por la victoria o la
derrota. Cuando nos olvidamos que somos el simple pañuelo, decimos: yo gané o,
yo perdí. Y sí que perdiste. Qué perdiste? Perdiste tu paz. No vuelvas a perder
tu paz y acuérdate siempre del pañuelo…
«Recordad:
Perder o ganar, lo atestigua el pañuelo…Sed, entonces, como el pañuelo, y
ningún resultado te afectará.
A quién no le
gusta jugar? Jugar está bien porque nos recuerda que somos, todavía, niños.
Pero cuando está en juego nuestra paz, deberíamos abandonar el juego. Abandonar
no es perder, sino evaluar qué perdida es más grande y así, saldrás ganando…
Que así
sea! ©
jose luis iglesias ros
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